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No hace falta irse a los Alpes o a la Patagonia para notarlo: en México, algo ha cambiado.
Cada fin de semana, cientos de personas abandonan la ciudad para perderse —a propósito— entre pinos, rocas y senderos polvorientos. Desde el Cañón del Sumidero hasta el Nevado de Toluca, desde la Sierra Tarahumara hasta los bosques de Puebla, la montaña ya no es solo un destino para exploradores. Es una nueva forma de vida.
El boom del turismo outdoor en los últimos años ha sido tan rápido como inevitable. Tras años de encierro, estrés laboral, pantallas sin fin y ciudades que no respiran, la naturaleza se ha convertido en el antídoto colectivo.
Y no es solo una moda: es una necesidad.
Hoy, más que nunca, buscamos experiencias que nos hagan sentir vivos. Respirar aire frío en la montaña. Escuchar el crujido de las hojas bajo los pies. Ver un amanecer. Esa desconexión digital que, paradójicamente, termina compartiéndose en redes sociales con algún hashtag
Pero entre la intención y la realidad, hay un abismo.
Ese abismo se mide, tristemente, en rescates, accidentes y, en algunos casos, muertes.
Según datos de Protección Civil Nacional y reportes estatales hasta junio de 2024, se registraron más de 1,400 rescates en zonas naturales del país. Un aumento del 22% respecto al mismo periodo de 2023.
En el Pico de Orizaba, el volcán más alto de México, hubieron 93 intervenciones por hipotermia, agotamiento físico, desorientación o caídas. En el Parque Nacional Cumbres de Monterrey, al menos 15 personas tuvieron que ser evacuadas en helicóptero por intentar rutas sin equipo adecuado, ni permisos.
Muchos de estos casos son el resultado de una ecuación peligrosa: entusiasmo + redes sociales + cero preparación.
Un video viral de “cómo escalar el Iztaccíhuatl en un día” omite que el último tramo exige más de 5 horas de ascenso, con temperaturas bajo cero. Una foto perfecta en un acantilado no muestra que el sendero no está señalizado ni autorizado. Y muchas veces, quienes suben no saben que a partir de los 3 mil 500 metros, el cuerpo empieza a sufrir por la falta de oxígeno —y que el mal de altura no avisa, llega sin previo aviso.
No se trata de criminalizar el deseo de aventura.
Al contrario: es un homenaje a ese instinto humano de explorar, de trascender, de probar límites. Pero también necesitamos cambiar la narrativa.
Porque vivir la montaña no es un challenge de Instagram. No se trata de llegar primero o de tener la mejor foto. Se trata de llegar con integridad física y emocional.
Aquí es donde entra una nueva generación de turismo de montaña: guiado, educativo y sostenible.
Contratar una agencia especializada no es un lujo. Es una decisión de inteligencia. Un buen guía no solo conoce el camino; conoce el clima, la geografía, la flora, la cultura local.
Sabe cuándo detenerse, cómo actuar ante una emergencia, y cómo enseñarte a caminar sin dejar rastro.
Además, cada vez más personas —especialmente entre los 25 y 45 años— buscan más que una “aventura”. Buscan un significado. Quieren aprender. Quieren conectar: con la naturaleza, con otras personas, consigo mismos. Y eso no se improvisa.
En este contexto, las agencias de viajes de montaña no son solo operadores turísticos. Son puentes entre el deseo y la realidad. Entre el sueño de subir una montaña y la posibilidad de hacerlo con seguridad, respeto y autenticidad.
Ofrecen más que transporte y alojamiento. Ofrecen experiencias diseñadas con conocimiento: rutas adaptadas al nivel físico, equipos de emergencia, charlas previas sobre altitud, educación ambiental, y acompañamiento humano.
Y hay un dato clave: según una encuesta de Turismo Sostenible México (2024), el 68% de quienes han tenido una experiencia negativa en la naturaleza (rescate, lesión, miedo extremo) reconocen que no contaban con guía profesional.
Mientras que el 89% de quienes viajaron con agencia especializada califican su experiencia como “segura, enriquecedora y transformadora”.
Eso no es coincidencia. Es planificación.
Porque la montaña no se domina. Se respeta.
Y mientras más gente quiera acercarse a ella, más importante será promover una cultura de turismo de aventura consciente: donde la preparación no resta mérito, sino que lo aumenta. Donde el verdadero logro no es llegar a la cima, sino hacerlo con conciencia, humildad y gratitud.
Así que, si estás pensando en tu primera caminata, si llevas años posponiendo ese viaje a la sierra, o si simplemente necesitas un fin de semana lejos del ruido… No subas solo.
Sube con quien conozca el camino.
Sube con quien sepa cómo actuar si el clima cambia.
Sube con quien te enseñe a escuchar a la montaña, no solo a conquistarla.
“La cumbre es opcional. Bajar es obligatorio”
Ed Viesturs